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HACIA UNA NUEVA NORMALIDAD… (1)

Se anunciaron en México una serie de medidas que pretenden darle certidumbre sanitaria a la vuelta a la movilidad en los espacios públicos: las calles, los transportes, las carreteras, los lugares de trabajo, de compras y esparcimiento. Nos ha dicho que esa vuelta será escalonada y con numerosos cuidados para prevenir que se multipliquen los contagios. El mismo tema se discute con intensidad en los países occidentales; todos están llenos de dudas.

En todas las sociedades hay conciencia de que lo que viene no será como antes y los líderes intentan esbozar lo que será un movilidad segura para adelante. Hay visiones extremas: desde quien augura que ésta será ocasión de fundar una nueva cultura planetaria hasta quien afirma que todo será lo mismo, pero con “cubrebocas” y al rato sin ellos; más de lo mismo. La normalidad nueva no estriba sólo en las medidas sanitarias de protección; hay cambios en la sensibilidades y en los modos de procesar las relaciones que conviene bosquejar.

Van algunos esbozos de lo que puede estar cambiando para comunidades de religiosos y grupos de sacerdotes, aun sin darnos cuenta. Son signos que tendrían que hacernos reaccionar para repensar nuestras prioridades, formas de relación y también la oferta, la forma de la convocación y de relación entre nosotros los consagrados y con las comunidades pastorales que atendemos.

1. La centralidad del cuidado de la salud

 

La pandemia nos ha volcado intensamente a percibir lo que cada uno siente en su cuerpo. Ahora, como nunca, estamos atentos a las propias reacciones físicas y fisiológicas y a la aparición de posibles síntomas de alarma, atados al temor de contraer la enfermedad. Tenemos miedo y eso se incentiva al saturarnos de información médica. En adelante muchas interacciones estarán percibidas y tamizadas por su posible patogenicidad. Se harán cálculos sobre la viabilidad de muchas acciones dependiendo de qué tanto nos expongan al virus: si es un evento masivo, si se percibe peligro de contagio o si son actividades sin protección debida, entonces esas acciones serán mucho más cuestionadas o menos atendidas. El futuro apunta a una vida más atenta a la enfermedad y más medicalizada. Las historias sobre la letalidad del virus lo marcarán todo durante un buen tiempo. Esto tiene implicaciones sobre los talantes personales en la comunidad y sobre las formas de acción pastoral.

Qué talantes personales se agudizarán. Se observan dos tipos extremos para ubicar cómo se mueve esta sensibilidad en nuestro grupo religioso. En la vida religiosa y entre el clero tenemos dos modos típicos extremos de reaccionar ante los riesgos de enfermar.

Un extremo está representado por las y los temerarios, que ciertamente ahora serán menos. Son aquellos quienes nunca experimentan cercano el riesgo y por tanto se exponen a todo… diciendo “soy fuerte” o “de algo me he de morir” o “a mí no me va a pasar”. No sólo se trata de personas jóvenes quienes aparentan no experimentar la vulnerabilidad o que la enfrentan con temeridad. De este tipo, los hay de todas las edades. Más allá de la reacción defensiva individual, ahora, interesa considerar cómo poniéndose en riesgo, ponen a la comunidad religiosa y pastoral también en riesgo. La valoración de este tipo de agentes de pastoral temerarios o supuestamente inmunes va a quedar desacreditada rápidamente por su ingenuidad, superficialidad o falta de precaución. No puede tolerarse un Director de colegio o un párroco o una superiora de comunidad que no mida sus riesgos, porque en ello va la comunidad religiosa, el colegio y toda la pastoral: el descuido de la salud personal se expandirá en lo comunitario e institucional; además de poner en peligro los escasos recursos que significan los, nunca numerosos, agentes de pastoral. Pero, eso no es todo. No pasen por alto el otro extremo.

Las y los religiosos y sacerdotes excesivamente atentos a su salud. Se trata de un modo de relación consigo mismo que ya venía crecido antes de la pandemia en buen número de consagrados, de por si incentivado por varios factores. Ya venía influyendo para este incremento el envejecimiento rápido y generalizado de hombres y mujeres consagrados y de sectores significativos de los presbiterios. Quizás ese excesivo centramiento en sí mismos, también ha tenido que ver con falta de atención a las necesidades de otros, pues solemos ser grupos autorreferidos, como ha dicho el papa Francisco.

Súmale ahora la reducción forzada de actividad pastoral, la saturación de información de la pandemia y en algunos casos, cierto aislamiento. No pocos religiosas o sacerdotes se mantienen solos o solas en su habitación por días enteros o viviendo en su parroquias, aislados, por días o semanas. Eso hará a muchos consagrados, más temerosos y preocupado por la enfermedad cuando además se le suman los factores que incrementan el peligro por las comorbilidades. Es un peligro real enfermar, pero también es un peligro real dedicarse sólo a sí mismo y los propios contactos en línea, sin salir de la habitación. Sí, pueden cundir comunidades religiosas o pastorales colmadas de agentes centrados en sí mismos y en sus fragilidades físicas; sólo atentos a medicamentos, riesgos sanitarios y medidas de prevención.

Es posible que las congregaciones y diócesis observen más resistencia de hombres y mujeres consagradas y sacerdotes para ir a lugares y comunidades en los que se presume alto contagio o escasas de médicos o limitaciones por la pobreza de recursos de salud en el entorno. Resistencias a estar con los niños, ir a los ranchos, escuchar de cerca a las personas: haciendo una pastoral toda a distancia y quizás distanciada, desde la comodidad de la propia habitación o la biblioteca o el salón parroquial. La disponibilidad ya de por si debilitada por la edad y el cansancio de religiosos y sacerdotes, puede mermarse aún más con motivos justificados y aparentemente indisputables.

En esta tendencia de intensa atención al propio cuerpo y sus signos seguramente permanecerá; pero se hace necesario estar atentos a cómo cambia la configuración de nuestras identidades personales y pastorales y en medio del impacto y imbuidos de responsabilidad, encontrar modos de recobrar y potenciar una relacionalidad cercana, fresca y alegre entre nosotros y la creatividad pastoral que hoy, se hace tan necesaria, vivir y crear “en salida” evangélica para con sociedades y comunidades confusas.

P. Luis Fernando Falcó Pliego, MSpS